“Cómo decirle ‘no’ a Dios”

 


Cuando la fe se convierte en herramienta de abuso: violencia sexual infantil en el clero y sus secuelas invisibles

La violencia sexual infantil por parte de miembros del clero no es solo un delito grave y una violación de derechos humanos, es una herida profunda que atraviesa la mente, las emociones y el espíritu de las víctimas. A diferencia de otros contextos de abuso, este tipo de agresión se comete desde una posición de autoridad moral y espiritual, donde la figura del sacerdote es vista como representante de Dios, consejero y guía. Esta investidura sagrada se convierte, en manos del agresor, en un arma para manipular, silenciar y controlar.

El trauma que no se ve, pero que se siente toda la vida

Las víctimas infantiles suelen desarrollar síntomas que se prolongan hasta la adultez: ansiedad, depresión, trastorno de estrés postraumático, dificultad para establecer vínculos afectivos y problemas en la intimidad. El abuso no solo afecta el presente, sino que reescribe la forma en que la persona se percibe a sí misma y al mundo. La vergüenza, la culpa y el miedo —muchas veces reforzados por el propio agresor— pueden silenciar a la víctima durante años o incluso décadas.

El daño espiritual: cuando se rompe el vínculo con la fe

Uno de los rasgos más devastadores de este tipo de violencia es el llamado “daño espiritual”. Para muchas víctimas, el sacerdote no solo era un líder religioso, sino el puente hacia Dios. Cuando ese puente se destruye por el abuso, la fe —que en otras circunstancias podría ser un recurso de sanación— se convierte en una herida. La persona puede sentir que Dios la ha abandonado, que la religión entera es peligrosa, o que su comunidad de fe no es un lugar seguro. Esta ruptura en el sistema de creencias afecta la identidad, el sentido de propósito y la esperanza en el futuro.

La fe como medio de manipulación y control

El poder del clero para abusar radica en parte en la confianza incondicional que las familias y las comunidades depositan en ellos. Los agresores pueden usar conceptos religiosos para justificar sus actos, disfrazar la violencia de “acto de amor” o “bendición”, o infundir miedo con amenazas de castigos divinos si la víctima revela lo ocurrido. Esta manipulación espiritual no solo refuerza el control sobre el menor, sino que dificulta que la víctima pueda reconocer que lo que vivió fue un delito y no un acto legítimo.

Por qué necesitamos hablar de esto

Romper el silencio es fundamental para prevenir, sancionar y reparar este tipo de violencia. Desde la psicología forense, el análisis del daño no puede limitarse a lo emocional y lo conductual; es necesario evaluar el impacto en el sistema de creencias y en la identidad espiritual de la víctima. Reconocer el daño espiritual no es un asunto religioso, sino un componente esencial para comprender la magnitud del trauma y diseñar intervenciones terapéuticas integrales.

La violencia sexual infantil en el contexto del clero es una herida múltiple: ataca el cuerpo, hiere la mente y quebranta el espíritu. Reconocerlo es el primer paso para que nunca más la fe se utilice como herramienta de abuso.


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